viernes, 15 de enero de 2010

¿Y a dónde vas a ir a parar con tus huesos? VI




La ciudad con su luz eléctrica, el techo y las ventanas, me vuelve naturalmente hacia la lógica del noctámbulo, del guardado y por momentos ostra, del interior/noche y con los años hasta del interior/día, sobrio, serio y moderado; pero acá en la naturaleza –pensó el joven acampante, baja la luz y podés hacer fuego por un rato, luego la leña se acaba y la temperatura corporal disminuye al punto en que la oscuridad se presta para entrar y acostarse boca arriba, cerrando los ojos con las manos tomadas sobre el pecho y ambos oídos bien atentos, pantallas de lo que no ves, el viento en lo alto de las ramas bien altas contra el cielo bien negro y más lejos las estrellas; los pasos del galgo, la base de los grillos y algún gallo; la oscilación del mar y luego la del frío, una manta y me duermo. En el campo, la noche, es el tiempo del ciego y del sueño; en la ciudad, del desvelado y las pesadillas. Adentro, en la carpa, con los ojos cerrados, estás casi afuera salvo por la imaginaria tela mosquitero, la “puerta de entrada” siempre abierta y enrollada aunque haga mucho frío.

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